LA FELICIDAD DE DES-CUBRIR TU VERDADERO YO (Parte 2)

En esta segunda parte analizamos, uno a uno, roles y condicionamientos que suelen ocultar nuestro verdadero yo.

“Los roles que nos re-cubren  

Desde que nacemos hasta que nos hacemos conscientes de eso, vivimos cumpliendo los roles que nos fueron impuestos sin que nos diéramos cuenta. Están los más obvios, como que si naces en un hogar que dice ser católico te transmitirán esa doctrina religiosa en el pan de cada día sin que lo sospeches.  O si en la casa que naciste son todos fanes del Real Madrid, pues en ese mismo pan diario absorberás el fanatismo por ese equipo. Con eso ya tienes dos roles que nunca solicitaste, eres católico y fan de un equipo de fútbol madrileño. Y no solo es que nunca los solicitaste, sino que en tu tierna infancia ni siquiera eras consciente que se tratan solamente de opciones y que no tienes que ser ni católico ni fan del Madrid si no quieres; y más aún, que no tienes que profesar ninguna religión ni ser fan de ningún equipo de fútbol si eso no es lo tuyo.  Hay también una imposición menos obvia de roles y tal vez por eso mismo, más dañina. Por ejemplo, a las niñas se les solía educar con lo que se llama «the good girl conditioning» (el condicionamiento de niña buena). Las niñas no trepan árboles, las niñas no juegan con cochecitos, las niñas no juegan al fútbol, las niñas son siempre amables y sumisas, sonríen, cruzan las piernas al sentarse, y siempre se tienen que ver lindas y arregladas. Esos roles se adquieren y continúan luego en la adolescencia. Está mal visto que una chica tenga muchos novietes. A las chicas casi nunca se les explica nada sobre el placer sexual femenino, se les inculca que la virginidad en la mujer es una virtud y la pornografía no es cosa de señoritas. Esas sutilezas van creando tendencias de personalidad en las mujeres adultas que son resultado de esos roles.  Dejemos a las niñas por un momento y veamos lo que se les solía inculcar a los niños. A ellos se les permite jugar con cochecitos y a la pelota, pero en ninguna circunstancia con muñecas ni jueguitos de cocina. A los chicos se les alaba si tienen varias noviecitas, se les halaga diciéndoles lo machitos que son. Se les permite consumir pornografía sin mayor remordimiento, con el nada inofensivo agraviante que es de allí de donde luego obtienen un concepto erradísimo de lo que es el disfrute sexual en pareja. A los chicos se les dice que llorar es solo para débiles, para niñas. Como si ser niña fuera sinónimo de ser débil. Se les inculca que los hombres de verdad no lloran y que mostrar sentimientos es de «maricas». Se les inculca que ellos tienen que ser los proveedores de la familia sí o sí y que si no lo logran son unos fracasados. Los niños, con esa socialización, muestran luego tendencias de personalidad que son reflejadas fielmente en su vida adulta. 

Pero hay un modo aún más sutil de asumir roles, como aquel que te dice que hay un solo camino de vida. Tienes que ir a la escuela y esforzarte para tener buenos resultados, tienes que ir a la universidad y ser exitoso en los estudios para que luego puedas ser exitoso en tu carrera profesional. Te casarás y tendrás hijos, tendrás una casa linda y un buen coche, viajarás por aquí y por allá, te jubilarás y tendrás nietos, y con eso fuiste una persona completa y feliz hasta el día de tu muerte. ¡Qué horror! ¿Y qué tal si a ti no te va bien en la escuela donde el sistema educativo mayoritariamente sigue creyendo que se trata solo de generar alumnos que aprueben exámenes basados en el coeficiente intelectual lógico-matemático? No serás muy feliz en ese rol porque si no es lo tuyo te convertirás en un «alumno problema», otro rol que no solicitaste. ¿Qué tal si a ti no te va a estudiar económicas y empresariales en una universidad porque lo tuyo es vocación por el arte y amas componer música o poesías o esculpir madera? Pero el rol que te imponen en casa, con la mejor de las intenciones, rol que nunca solicitaste, dice que debes tener una profesión universitaria para ganarte la vida, como si la vida hubiera que ganársela, y que, por si fuera poco, del arte no se vive y debes tener una profesión «de verdad».  

Hay otro tipo de socializaciones igual de perniciosas como aquella que dice que debes unirte a alguien en «santo matrimonio hasta que la muerte los separe». Todavía seguimos creyendo que es más sano mantenerse en una relación de pareja, aunque no nos sintamos bien en ella, aunque nos quite las energías, la alegría y la paz, aunque reprima nuestro desarrollo personal, antes que sanamente decidir que lo mejor para los individuos es seguir caminos separados. Aún hay gente que cree que un divorcio es un fracaso. Aún hay gente que sigue en «matrimonios-fachada» para mantener las apariencias del «éxito» en el rol del esposo o esposa ideal, tal como lo establece la sociedad. O matrimonios que preferirían separarse, pero no lo hacen porque creen que lo mejor para los hijos es tener a los padres juntos, aunque estos mismos padres vayan infelices por la vida, eso sí, guardando las apariencias de familia feliz. El rol de padre o madre de un hogar perfecto les impide ver que lo que más necesitan sus hijos es un ejemplo de padres y madres felices, de padres y madres que dialogan y que son capaces de ser padres sin dejar de ser individuos que viven su yo real sin tratar de encajar en roles solo por el temor al «qué dirán». Necesitan el ejemplo de padres y madres que disfrutan al máximo la vida sin culpas ni remordimientos y que no son muertos vivientes en un matrimonio que se convirtió en una sentencia a cadena perpetua”.

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