SOMOS LIBRES. SEÁMOSLO SIEMPRE – PARTE 2

Segunda y última parte del ensayo sobre las diversas fronteras de la vida.

“Si me preguntan, yo afirmaría que aquel grupo de chinos vivía al lado del mismísimo cuarto de máquinas, en las profundidades ruidosas y sin ventanas de ese hermoso barco.

Si bien éramos libres, no lo éramos tanto, ya que para poder atravesar fronteras geopolíticas hacía falta tener permiso, una visa. Para suerte de quienes aspirábamos a trabajar en el barco, la empresa de cruceros se encargaba de proveer visas y pasaportes de tripulante para todos, sin importar la nación de origen ni el lugar que ocuparías en la jerarquía. Cuando viajé a Alemania gracias a un programa de becas integrales de postgrado, afortunadamente para los becarios, las visas necesarias venían incluidas. Al finalizar la beca regresé a mi país antes de poder volver a Alemania para absolver una maestría costosa, pero que convenientemente incluía las visas de estudios, residencia y trabajo. Realizando todos esos trámites en los consulados respectivos y observando lo que acontecía en sus oficinas, comprendí que no todos quienes partían en busca de la «visa para un sueño», como dice la canción, conseguían una.  Esas vivencias me hicieron entender que las fronteras geopolíticas son más reales para unos que para otros y que se vuelven más o menos permeables según la situación financiera y suerte de cada cual.

Años después, ya instalada en Alemania luego del postgrado y la maestría, y muy bien establecida en el mundo laboral, descubrí otro tipo de frontera que desde la facultad había existido solo de modo latente en mi mente. En las altas gerencias había una frontera aparentemente invisible, pero sumamente marcada entre hombres y mujeres ejerciendo el rol de top manager. Ese descubrimiento no debería haberme extrañado tanto. Aquella situación era la simple y lógica consecuencia de que existiesen prácticas preprofesionales exigiendo en primera línea que el sexo del practicante sea masculino.  Si la oferta de prácticas en la facultad de ingeniería, da igual si en Perú o en Alemania, era básicamente para estudiantes hombres, ¿a quién podría sorprenderle luego que haya tan pocas mujeres en las altas gerencias? Esa era una frontera que yo quise cruzar necesariamente, era cuestión de honor. Sin embargo, cruzarla implicó un enorme nivel de concentración, una ingente cantidad de energía personal y una voluntad férrea “solo” para conseguir que las ingenieras pudiésemos acceder a los puestos que tan natural y excluyentemente se les suele ofrecer en su vasta mayoría a los ingenieros.

Todo ese esfuerzo se pagó con creces, sin lugar a duda. A mis cuarenta años había alcanzado una posición profesional que pocas mujeres logran y menos aun siendo inmigrantes. Pero tamaño despliegue de energía, esfuerzo y dedicación tuvo su precio. Con cuarentaitrés años pasé por un periodo de agotamiento depresivo (o burn out como se le llama actualmente) que me apartó cuatro semanas de la vida cotidiana. Ese episodio clave en mi vida hizo visible una frontera de la que nunca me hubiese percatado antes, la que separa a la gente que goza de buena salud, de la que padece enfermedades de cualquier índole. Reconozco sin embargo, que fueron precisamente esas cuatro semanas las que me dieron el impulso necesario para reformular mi existencia. Renuncié a mi agitada vida de vicepresidente en una reconocida transnacional alemana para empezar a trabajar en una organización sin fines de lucro, en la sede de Italia. Pero mi estancia en Roma duraría poco. Como dijo John Lennon: «La vida es aquello que te sucede mientras haces planes». De un momento a otro la pandemia del Covid-19 vino a cambiarlo todo y fue así como la cosmopolita Marbella se convirtió en mi nuevo hogar, trayendo bastante más luz a mi vida, en todo sentido. Pero para mi sorpresa, y a pesar de la calma hallada aquí, de la arrulladora vista al Mediterráneo y del encantador sol marbellí, un segundo periodo depresivo de cuatro semanas me hizo ser consciente de las fronteras inusitadas que habitaban en las profundidades de mi ser. Fronteras que separaban el yo que me había sido (auto-)impuesto por socializaciones diversas, llenas de máscaras y roles falsos, del yo que realmente soy, mi verdadero, auténtico y perfectamente imperfecto yo. Esa segunda depresión fue de las mejores cosas que me sucedieron en la vida. No me malinterprete el lector, no soy masoquista, ni me gusta sufrir, pero fue solo atravesando las fronteras de mis propios abismos interiores que pude resurgir como un Ave-Fénix.

Lo experimentado en carne propia me demuestra que vivimos en un mundo dividido por una plétora de fronteras de lo más heterogéneas en su naturaleza. Pero a pesar, o más bien a raíz de ellas, me atrevo a repetir lo aprendido en mi infancia: somos libres. Y lo somos aun cuando cruzar fronteras se pueda convertir en una misión imposible de llevar a cabo, tan imposible que logra atiborrarnos de absoluta impotencia y decepción. Comparto con convicción la idea de que existe una suma libertad que no nos puede ser arrebatada por nadie, la libertad que todos tenemos de escoger la actitud con la que decidamos enfrentarnos a las fronteras que nos rodean, limitan y amilanan. Esa es una lección vital que nos impartió el psiquiatra y neurólogo austriaco Viktor Frankl en su extraordinaria obra «El hombre en busca de sentido». Frankl nos relata con impactante crudeza cómo padeció -como tantos otros prisioneros de guerra- golpes, torturas, hambre, trabajos forzados extenuantes, crueldades inhumanas, humillaciones inenarrables y la incertidumbre permanente de no saber si al día siguiente sería él a quien le toque «ducharse» en las cámaras de gas de Auschwitz, lo que sin duda terminaría con su existencia. Sin embargo, Frankl logró no solo sobrevivir, sino también trascender el holocausto, dejándonos una última lección: la más importante de todas las fronteras humanas es la que separa a quienes logran ejercer su máxima libertad de decidir conscientemente con qué actitud enfrentan lo que les sucede en cualquier circunstancia de vida, de quienes no. Porque solo así somos libres. Seámoslo siempre. Fin”.

Video introductorio

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