EL LADO PERVERSO DEL CONDICIONAMIENTO MENTAL

¿Por qué le encuentro una parte perversa al condicionamiento mental que probablemente todos llevamos dentro? Porque en el momento en que, siguiendo ese condicionamiento, damos por hecho lo que otros piensan, cuando asumimos sus razones o creemos estar seguros del motivo de sus acciones; en ese preciso momento nos estamos perdiendo la posibilidad de acercarnos, de entender y de interactuar de una forma real y constructiva con la otra persona.

Muchas veces, como nos lo recuerda el Dr. Mario Alonso Puig, solo nos falta humildad para poder reconocer que no podemos entender realmente al cien por ciento el mundo del otro, lo que ha vivido, lo que siente, sus anhelos o las dificultades que experimenta. Y el problema radica en que cuando alguien se siente juzgado, justa o injustamente, se cierra por completo. Y ese cerrarse se da incluso cuando la persona sabe que el otro le quiere bien y quiere su bien, pero por lo general, en el momento en que uno se siente juzgado, simplemente se cierra y deja de compartir su mundo con el otro porque se da cuenta que no puede ser él mismo sin que le juzguen.

El condicionamiento mental para juzgar y ver todo de manera predeterminada desde nuestros esquemas de modo inmediato está tan arraigado en nosotros que se nos hace muy difícil no caer en esa trampa. Eso puede llegar a ser muy desalentador cuando ocurre por ejemplo con un profesional de la salud y tomo este ejemplo de un caso real y personal.

Por el problema que tengo con alergias, fui hace unas semanas al alergólogo, (conté la mala experiencia en un ensayo anterior). Me hizo la prueba Prick, me mandó a hacer un análisis de sangre y hoy volví para conversar sobre los resultados y aprender qué se puede hacer al respecto. Cabe remarcar que el médico, antes inclusive de ver los resultados de la prueba Prick, ya me había dado su “diagnóstico”, que según él vio confirmado con los resultados ese mismo día, algo que yo no podía comprobar ya que me hizo las punciones de alergenos en silencio sepulcral y no tuve otra opción que confiar en que hiciera su labor correctamente. En la cita de hoy le mostré los resultados del análisis de sangre, resultados que él leyó mientras tipeaba en total silencio en su computadora para decirme “tiene nivel alto de alergia en todo lo que yo le había indicado”. El problema es que no es verdad, de hecho, el análisis de sangre mostraba que la mitad de sus sospechas de alergia eran falsas. Pero su condicionamiento mental no le dejó ver esa parte del resultado. Suena increíble, pero es cierto, aún leyendo la evidencia del laboratorio contradiciendo la mitad de su diagnóstico, él continuó con su afirmación inicial dejando de lado lo que el paciente mismo le estaba diciendo y mucho peor aún, dejando de lado la evidencia objetiva de unos análisis que él mismo ordenó. Demás está decir que no volveré a esa consulta.

Entiendo también que ese condicionamiento mental viene de experiencias pasadas que para nosotros fueron ciertas y de allí se forman en nuestra mente plantillas rígidas de lo que es o no es, sin dejar el espacio necesario para estar abierto a que nuestras plantillas no tienen que ser necesariamente válidas en todos los casos. La experiencia con el médico narrada antes, puede ser un caso extremo, pero es real. Lo más común de nuestros condicionamientos mentales se expresan en forma de clichés y de generalizaciones del tipo “los hombres son así, las mujeres asá” o “la gente de este país es así, la del otro país asá” lo que nos lleva a prejuzgar y nos limita y hasta corta la opción de ir al encuentro del otro con la mente abierta sin clichés y prejuicios. Cuesta. Cuesta mucho esfuerzo porque nos toca desarmar y desdibujar las plantillas mentales que nos hemos construido probablemente para simplificar las cosas, tal vez con el propósito de sentirnos más seguros en un mundo que nos parezca más previsible, aunque ese mundo esté equivocado y nos prive de ver el mundo de un modo diferente al que nos es familiar, al que preferimos porque, lo que no encaja en nuestra plantilla, nos da miedo. Lamentablemente desde nuestra infancia a la mayoría de nosotros nos cambiaron la curiosidad por el miedo. El miedo nunca es un buen consejero. Recuerdo esa frase que dice que el lugar más seguro para un barco es en el puerto, pero los barcos fueron hechos para navegar, no para estar anclados en puerto.

La buena noticia es que cuando nos acercamos al otro con humildad, la humildad del que no lo sabe todo, del que tiene una curiosidad genuina por querer saber; llamamos a la otra persona a abrirse para que nos haga partícipe de su mundo y nos enriquezca con esa nueva perspectiva. Para ello tenemos que vencer el miedo a que lo que es diferente a mí, lo que no encaja en mi plantilla, lo que no corresponde a mi condicionamiento mental es falso, equivocado, sospechoso, “malo”.

Vencer el condicionamiento mental es posible, pero requiere entrenamiento constante, es cuestión de práctica como casi todo en esta vida. La próxima que nos pillemos prejuzgando, generalizando, usando plantillas mentales rígidas, podemos elegir detener esa dirección automática de nuestro pensamiento, parar los engranajes un momento y decidir oír al otro sin prejuicios. Como segundo paso, podemos intentar autoanalizarnos para descubrir qué es lo que nos llevó a esa plantilla mental. Ojo que no estoy diciendo que el condicionamiento mental sea algo malo, per se, son herramientas de supervivencia que en determinados momentos nos fueron muy útiles y lo pueden seguir siendo si somos conscientes de cuándo y cómo las usamos.

Te invito a hacer ese pequeño ejercicio de autoanálisis y autoconocimiento, así la próxima vez que vayas a prejuzgar algo o a alguien, solo detente, respira e intenta salir de la plantilla del prejuicio hacia una mente abierta y curiosa. ¿Te atreves?

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