TODO CAMBIA

Lo único permanente es la impermanencia. Suena a lugar común supertrillado, pero es verdad. Todo cambia, con más o menos prisa, pero todo cambia. Si cambian las galaxias y las estrellas, los continentes y sus placas tectónicas, a ver si no vamos a cambiar nosotros los humanos, si no van a cambiar nuestras emociones, nuestras prioridades y nuestros intereses.

El cambio es una constante y sin embargo muchos de nosotros todavía queremos y esperamos que todo se quede como es, especialmente si el estado actual nos hace sentir cómodos, y atención que no digo felices, si no, solo cómodos. Queremos que las cosas no cambien, que las situaciones no cambien, que las personas no cambien y grandes son nuestro estrés y decepción cuando comprobamos, que nuestras expectativas no concuerdan con la realidad.

¿Recuerdan la canción de Julio Numhauser cantada por la gran Mercedes Sosa «Todo cambia«? Con mucha razón nos dice: «…Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo… Y lo que no cambió ayer tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo en esta tierra lejana...». Cuánta verdad.

Un ejemplo banal, nuestra piel se recambia por sí misma cada 28 días. La piel nuestro órgano más grande y extenso, compuesta por más de 10 billones de células, se regenera y cambia constantemente. Eso nos muestra que ni siquiera físicamente somos los mismos del mes pasado. ¿Por qué entonces, sabiendo que hasta las células de nuestro cuerpo están en constante cambio nos rehusamos a adaptarnos a los cambios con gracia y aceptación?

Sabemos que nada ni nadie es para siempre y sin embargo solemos aferrarnos a situaciones o personas queriendo perennizar momentos y vivencias que nos hacen sentir felices. Aquello es una gran ironía si recordamos lo que nos dice el budismo, que la razón de la infelicidad es precisamente la búsqueda misma de felicidad. Con eso queda claro que querer ser felices pretendiendo, buscando, tratando de que ni las situaciones ni las personas cambien es la causa misma de nuestra infelicidad. En pocas palabras: quien intente evitar los cambios, sufrirá.

No es fácil de aceptar que el motivo que nos hace querer perennizar momentos que nos traen felicidad es el miedo de que estos se acaben, de que no volvamos a experimentar aquello que nos hace sentir bien. Ese miedo es falta de confianza en la vida. Es la mentalidad de carencia la que hace que nos aferramos a algo o a alguien porque creemos que no podremos repetir experiencias felices o que no volveremos a toparnos con aquello o aquellas personas que creemos son responsables de nuestra felicidad.  Pero eso, comentado en un ensayo anterior, es la mayor falacia del mundo. Nadie es responsable de nuestra felicidad, salvo nosotros mismos. Por ende, los cambios en los demás o en situaciones podrán tener algún efecto en nosotros, pero de ninguna manera significarán nuestra infelicidad, porque eso depende totalmente de nosotros.

No hace falta tampoco que seamos solo observadores de cambios y nos adaptemos a ellos. Es muy interesante lo que la vida nos demuestra constantemente: si uno no cambia, si uno mismo no se reta, si uno mismo no se mueve las aguas, lo hará la vida por ti. O te levantas de la silla, te mueves y cambias y creces por las buenas, o sea por tu propia iniciativa, a tu modo y a tu tiempo o la vida se encargará de sacarte la silla de un solo empujón y te tendrás que mover y cambiar por la fuerza, te guste o no. ¿A que está mejor moverse y retarse uno mismo?

Hay situaciones que denominamos crisis, que nos hacen sentir castigados y nos amargan el ser porque nos parece que la vida nos hizo alguna putada. Hay gente que toma esas crisis como un trampolín para moverse, crecer y subir al siguiente nivel en su desarrollo personal. Tengo el privilegio de conocer a varias personas que han pasado por crisis en forma de enfermedades graves como leucemia, o depresiones, o divorcios en mala manera, o maltratos tanto físicos como emocionales y todas ellas, luego de haber pasado por la noche oscura del alma, utilizaron la oportunidad detrás de la crisis y se replantearon una vida diferente que los llevó a descubrir fortalezas interiores que ellos mismos desconocían. Utilizaron esa oportunidad causada por la crisis para reinventarse, para crecer, para encontrar su propósito de vida y en todos los casos para ser más felices.

Hay otras personas que no lo logran tan pronto. La costumbre a veces es más fuerte que la motivación para cambiar y nos hace volver al modo “piloto automático”, a los patrones de conducta de los que somos presos y a veces ni siquiera somo conscientes.

Pero ¿qué se puede hacer para aprovechar ese momento de crisis y transformarla en una oportunidad para crecer? Pues se trata de tomar perspectiva, de ver las cosas desde cierta distancia. A veces no vemos el bosque entero porque solo vemos ese único árbol con el que nos damos de narices una y otra vez y nos impide apreciar la “big picture”. Hay que salir, entonces, del modo lupa y tomar la perspectiva de pájaro para poder ver la situación en un cuadro más grande.  No siempre nos resulta fácil tomar esa perspectiva de pájaro porque a veces nos obsesionamos con nuestro propio punto de vista y creemos que esa es la única manera de ver las cosas. Oí esta explicación alguna vez del Dr. Puig y se me quedó supergrabada:  mientras veamos las cosas solo desde “nuestro” punto de vista, nos faltará la vista desde “todos los otros” puntos que no son el nuestro. Cambiar de hábitos no resulta complicado si lo hacemos conscientemente y con intención. Aceptar cambios no resulta difícil cuando entendemos que es la única opción sana que nos queda.

Y a ti, ¿te resulta fácil aceptar y adaptarte a los cambios? ¿Eres tú el motor de tu propio cambio? ¿Conviertes las crisis en oportunidades?

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