Una charla sobre el saber recibir me dio bastante material para reflexionar. Se refería a recibir en todos los sentidos, recibir afecto, recibir dinero, recibir favores, recibir en general.
Lo que me resonó fue aquello de que solo cuando aprendamos a recibir seremos capaces de dar. Me dejó pensando y le encontré bastante sentido. En el ensayo anterior escribía también sobre aquello de no saber recibir cumplidos y como es de suponer, ese rechazo a recibir tiene raíces más profundas que la simple y errada socialización que demoniza el recibir. Lo del dar lo tenemos más claro, el dar se ensalza sin vergüenza, sin culpa y eso ya es fabuloso. Ahora podemos avanzar un poco más con el saber recibir.
Me causó gracia la ilógica matemática que el desbalance entre saber dar y saber recibir implica, porque si tenemos a X número de gente dando, debemos tener un número equivalente de gente recibiendo, ¿no? Algunas personas me confirmaron que sí, dar está muy bien visto pero esto de andar recibiendo tiene un toque negativo. Y me pregunto de dónde viene eso. Recordé la frase “es mejor dar que recibir”. La escuchamos tantas veces y la dimos por sentada sin darnos cuenta de que no tiene sentido poner en comparación el dar y el recibir. Si alguien da, alguien recibe. ¿Por qué entonces es mejor dar que recibir? ¿No son igual de buenos? Al final si nadie recibe, nadie podrá dar. Y si la gente se siente mal al recibir, tampoco proporcionará mucha alegría el dar. ¿No?
Más allá del juego de palabras está la sicología de la vergüenza de recibir. Y es una pena que mucha gente no se siente merecedora de recibir, ni en temas banales como los cumplidos que mencionamos en el ensayo anterior, ni en otros tipos de obsequios mucho más profundos y significativos como el mismísimo amor.
Empecemos por la manera tradicional que tenemos de responder cuando nos dan las gracias. En nuestro idioma, ¿qué se suele responder? “De nada”, “No es nada”, “No tienes porqué”. ¿Cómo que nada? ¿Desde cuándo hacer algo por alguien o darle algo a alguien, por más minúsculo que parezca, es una nada? En inglés se responde las gracias con un “bienvenidas” (you’re welcome). En alemán se responde de ambas maneras, una que dice “hecho con gusto” (gern geschehen) y otra que dice “no por eso” (nichts dafür). En italiano literalmente van del “yo rezo” (prego) al “de nada” (di niente) o “no hay de qué” (non c’è di che), pasando por el “imagínate” (figurati).
¿Por qué hacemos eso? Porque nos han socializado haciéndonos creer que recibir dándole valor a lo que hicimos está mal, que no es cortés, que no tiene razón de ser. La misma Real Academia de la Lengua Española nos dice que “De nada” es la fórmula de cortesía asentada en español para contestar a quien da las gracias. (§ 32.6e: ow.ly/yarY30qRimu). Está claro que quienes crearon esas fórmulas de “cortesía” poco sabían de sicología, de la programación neurolingüística y del mismísimo poder de las palabras.
¿Qué necesidad tenemos de desempoderarnos cuando alguien nos agradece algo? Desde que oí a algunos mentores explicarnos que al responder “de nada” nos restamos valor de manera automática, como si nuestro esfuerzo, atención o tiempo no valiera nada, dejé de responder así, y me acostumbré a usar la fórmula alemana de “con gusto” o “gracias a ti”. Y no cambié esa fórmula solo por cambiar, lo hice pensando que sea lo que sea que hago, lo hago con gusto. Y que, si alguien me da la oportunidad de hacer algo por ellos, entonces agradezco esa oportunidad de ayudar con un “gracias a ti”. Me parece mucho más razonable y bastante más respetuoso para la persona que ejecuta la acción de dar y para quien recibe.
Pero mucho más allá de cuestiones semánticas está el juicio de valor, también por una socialización bastante discutible. Se trata de un juicio de valor hacia nosotros mismos que no nos hace sentir merecedores. Merecedores de un favor, de un buen trabajo, de un buen pago por mi trabajo, de un amor real e incondicional.
El mentor que explicaba el tema del saber recibir lo tenía muy claro, si no aprendemos a recibir no vamos a saber dar. El no saber recibir implica que no nos valoramos nosotros mismos lo suficiente, que no nos sentimos merecedores y entonces nos volvemos incapaces de recibir, hasta nos sentimos incómodos. Tiene también mucho que ver con el conformismo. Me conformo con poco porque no me siento merecedor de más o algo mejor y eso tiene que ver con nuestras creencias limitantes programadas por otros o nosotros mismos de modo inconsciente, pero que finalmente repercuten en nuestro propio juicio de valor y determinan el nivel de nuestro amor propio. Y con amor propio no me refiero a la soberbia de creerse mejor que otros, de pasarse de sobrado, rayando en la arrogancia, si no al amor propio que tiene que ver con el autorrespeto. Si yo no me respeto, ¿cómo voy a enseñar a otros a respetarme? Si yo no me valoro, ¿cómo voy a enseñar a otros a valorarme? Si yo no me amo, ¿cómo voy a enseñar a otros a amarme? Y yendo más allá, si no me empiezo a dar a mí mismo respeto, valor y amor, ¿cómo voy a ser capaz de darle eso mismo a otros?
Desprogramarse esto que llevamos mal programado (o como digo yo, “mal cableado”) en nuestro cerebro por décadas no es que sea fácil, pero sí que es posible y en realidad es “solo” cuestión de entrenamiento. Y este esfuerzo es importante porque para poder interrelacionarnos con otros de forma más sana tenemos que empezar a tener una interrelación más sana con nosotros mismos primero, finalmente nosotros somos la única persona con la que tendremos de todas maneras una relación de por vida.
Al final se trata de un balance dinámico y sano entre el saber dar y el saber recibir.
Suscríbete a nuestro canal de Youtube: https://www.youtube.com/@saludsindramas
Síguenos en:
Instagram: https://www.instagram.com/saludsindramas
Tiktok: https://www.tiktok.com/@saludsindramas
Facebook: https://www.facebook.com/saludsindramas