APAGAR SÍNTOMAS NO ES ELIMINAR CAUSAS – CON OCASION DE LOS ÚLTIMOS SUCESOS EN MI PAÍS

Es verdad que mi nacionalidad desde hace casi dos décadas es alemana y que vivo en España, pero cuando digo “mi país” me refiero al Perú, país al que vengo observando los 25 años que llevo viviendo fuera de él, la mitad de mi vida.  Mis observaciones no me llevan a pronósticos color rosa. Pero de hecho lo sucedido en los últimos días sobrepasa mi poder de imaginación. No soy analista política, ni mucho menos, y de eso no va el ensayo tampoco, sino más bien de lo difícil que resulta combatir problemas cuando uno se enfoca solo en eliminar los síntomas en lugar de identificar, entender y solucionar las causas.

Los titulares de la prensa suenan a burla: “Perú, el país con 6 presidentes en 4 años. ¿Tiene solución el Perú?” Y es que es verdad, hace no mucho tuvimos 3 presidentes en una semana. Recuerdo que era un poco difícil dar explicaciones a mis colegas del trabajo. Y ahora ya no solo es difícil sino se hace emocionalmente muy complicado, porque te llaman y te miran con pena, no pena maliciosa, ni burlona, sino pena sincera porque a veces desde fuera, como dice un corresponsal de El País, parece que Perú está en plena tercera guerra mundial.

Como lo describe Oppenheimer, periodista del Nuevo Heraldo de Miami, el Perú lleva una economía aparentemente constante, con uno de los Bancos Nacionales de Reserva mas robustos de la región, de las más bajas inflaciones y un crecimiento sostenido. Eso suena muy bien, es el espectro político lo que suena muy mal. Los presidentes son elegidos en segundas vueltas con tan pocos votos y “mayorías” de 50,2% que no representan absolutamente a ninguna mayoría, por no decir que no representan a nadie. Lo del congreso pinta mucho peor, una sola cámara que se ha dedicado a vacar  presidentes y ministros como si fuera un deporte y donde los “representantes del pueblo” logran obtener una curul hasta con menos de dos mil votos, ¡menos de dos mil votos! en un país de 30 millones de habitantes.

El intento de autogolpe del último presidente electo (muy probablemente corrupto, a todas luces incompetente y muy iluso) que tuvo como consecuencia no solo su detención sino también las protestas que reclaman su restitución, su libertad y finalmente el clamor de las calles “que se vayan todos”, nos trajo además la declaración del estado de emergencia en todo el país por 30 días, incluyendo el toque de queda en varias regiones como una medida para controlar el vandalismo y la destrucción de infraestructura básica y propiedad privada que ha ocasionado crudos enfrentamientos entre muchedumbres y fuerzas del orden.

El gran problema es que la situación del Perú es tan compleja que ya nadie sabe quién es quién, qué grupos están provocando, ocasionando o manipulando, organizando y financiando las supuestas protestas democráticas. Lo cierto es que ya se llevan 18 muertos, cantidad de heridos y pérdidas en millones.

Mis amistades me consuelan, me dicen que esté tranquila que ya pronto estará todo bajo control, que ya declararon estado de emergencia, que ya están las fuerzas armadas en las calles y que todo estará bien. El problema es que yo no veo que nada vaya a estar bien. Sí, es verdad que esas medidas ayudarán a controlar (eso esperamos) los actos vandálicos y los desmanes. Pero resulta que el precio de aquello son enfrentamientos y derramamiento de sangren y aun mucho peor es que esos sucesos son “solamente” los síntomas, no las causas.

Los reportes hacen parecer que lo ocurrido no son simples actos vandálicos y se oyen ya las voces que convocan a los fantasmas del terrorismo. Y ese es el problema, no se sabe. Las protestas incluyen infiltrados desde hace mucho tiempo, pueden ser vándalos y delincuentes comunes, pueden ser terroristas reagrupados y puede ser todo un circo sangriento montado por quienes se benefician con la aparición de fantasmas del pasado.

Pero todo aquello son solo síntomas. Síntomas que estallan con perniciosa regularidad. Políticamente el país anda sin cabeza, la cifra de seis presidentes en cuatro años lo dice todo, pero aun eso es solo un síntoma no la causa del problema.  El hecho que un insurgente violento pretenda hacerse del poder llamando a más violencia, a la xenofobia y otras atrocidades, es también solo un síntoma, que no por eso es algo menor o sin importancia, por el contrario, es como la fiebre alta en plena infección, hay que combatirla, pero al mismo tiempo hay que identificar, entender y eliminar las causas. Esa es la verdadera y compleja tarea, que se me hace, hoy por hoy, imposible de resolver. 

Mientras en nuestro país siga habiendo tanta desigualdad social, tanta falta de oportunidades reales para todos, mientras siga calando eso de “ellos contra nosotros”, mientras los políticos de turno sigan usando y abusando el “divide y reinarás”, algo de lo que somos víctimas desde los años noventa; mientras no se construyan sistemas que garanticen educación en valores, salud y oportunidades de empleo para todos; el Perú seguirá siendo no solo caldo de cultivo para todo tipo de movimiento aglutinante del descontento de una mayoría -con mejores o peores intenciones- sino también nos perpetuará en la frágil condición de reguero de pólvora en medio de fuegos artificiales, es decir, con riesgo a estallar en cualquier momento.

Pero tengo la impresión de que llevamos tanto tiempo viviendo como reguero de pólvora, que nos hemos hecho ciegos a las causas, y claro es también más “fácil” no verlas porque es terriblemente complejo solucionarlas y además de ceguera también parece causar indolencia. Me atrevo a decir que nos hemos convertido en un pueblo ciego e indolente, acostumbrado a los síntomas por décadas, tanto, que somos incapaces de siquiera querer entender las causas. Nos acostumbramos a la fiebre, sabemos que tenemos una infección, pero no nos atrevemos a resolver las causas. El Perú solo podrá prosperar cuando dejemos de ver la propia diversidad como problema y reconozcamos que es una oportunidad.

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