Hace un par de años, al enterarse que había yo decidido dejar mi vida corporativa y cambiarme de país para trabajar en una organización sin fines de lucro, un amigo me dijo: “Qué gusto de andar removiéndote las aguas, solita”. En ese momento, no le presté mucha atención al significado de esa frase, me causó gracia; pensé, es cierto; me confesé con gusto culpable de la acusación, y ya. Hace unas semanas en una larga conversación me dijo que no lo había dicho como acusación, sino como admiración y sorpresa de que alguien que podría elegir tranquilamente quedarse en su “zona de confort”, decidiera patearse el tablero y hacer algo completamente diferente, lo que presupone voluntariamente más trabajo, en sentido de esfuerzo personal.
Ahora, después de haber leído y aprendido sobre todo tipo de cosas, me queda claro que de eso va la vida. Es tan simple y liberante como eso: estamos aquí para experimentar la vida del modo más pleno que nos sea posible mientras avanzamos por el camino del autoconocimiento. Es en ese ínterin donde podremos experimentar todo tipo de emociones, sensaciones y pensamientos; donde aprenderemos sobre las distintas formas que hay de relacionarnos con los demás, aprenderemos -a veces por ensayo y error- a seguir nuestro camino, pero lo más importante de todo, aprenderemos a sacarnos de encima todo eso que recubre nuestra verdadera esencia y aprenderemos a experimentar la felicidad de des-cubrir quiénes somos realmente lejos de todas las socializaciones -agradables o desagradables- por las que hemos pasado, más allá de los paradigmas que nos fueron indoctrinados y de los cuales nos podemos liberar y/o cambiar por otros que nos sirvan más. Suena fácil y es fácil si uno quiere, pero rara vez somos conscientes de lo simple que puede ser.
Otra cosa que aprendí en mi propio camino es que para ser feliz hay que ser primero valiente. Suena a frase de galleta de la suerte, pero es más que solo una frase. Y hay que ser valiente porque la elección – a mi punto de vista- errónea del término “zona de confort” nos hace pensar que hay que estar cuando menos loco para querer abandonarla, ¿no? Y todo el mundo te repite como un mantra: “sal de tu zona de confort”. Hace muchísimo tiempo, la primera vez que oí esa frase (fue en alemán) pensé que no había entendido bien lo que me decían. Yo me preguntaba ¿para qué querría alguien dejar su zona de confort? Qué tontería, pensaba yo. Con el tiempo fui entendiendo la frase hasta que me quedó claro que no tendría que llamarse “zona de confort” sino “zona de estancamiento”. Porque la palabra “confort”, algo que sea “confortable” es algo positivo, tan positivo como el significado de la palabra “reconfortar”. Pero a lo que se refieren cuando te dicen que salgas de tu zona de confort es a que salgas de tu zona de estancamiento, de esa situación que te da una FALSA sensación de seguridad o confort. Y la clave está en que es una sensación falsa y por tanto traicionera.
Como seres humanos estamos hechos para aprender, para avanzar. Justo hoy oí una frase de David Sinclair, investigador genetista de Harvard, al final de cuyo libro decidí ponerme la meta de vivir 130 años sana, vital y feliz. Sí, sé que muchos se reirán leyendo esto. Yo misma a mis 30 y pocos años pensaba que con vivir 80 años nos podríamos dar por bien servidos. Cuando cumplí 45 pensé que 45 años más estarían muy bien. Este año habiendo aprendido algo de nutrición, salud física y mental, decidí que mi plan es vivir 110 años, y hoy al terminar el libro de Sinclair decidí reformular mi meta. ¿Y por qué 130 años? Porque me da muchísima, pero realmente muchísima curiosidad poder ver cómo la humanidad afrontará todos los cambios que nos tocará experimentar en la sociedad en las próximas décadas, sobre todo en el campo de la biotecnología y el aeroespacial, y pensé que celebrar la llegada de un nuevo siglo, no me vendría nada mal en el currículo. Yo cuento con que al comienzo de la próxima década las agencias espaciales unidas estarán construyendo el Gateway, o sea la estación espacial internacional que a diferencia de la actual ISS (international space station) no orbitará la tierra, sino la luna. Y confío que para la mitad de este siglo la base lunar semipermanente sea ya una realidad. Pero me estoy desviando del tema.
La frase que oí de Sinclar fue “detenerse o estancarse no es una opción. Avanzar es la única opción”. Y así mismo lo he creído yo siempre y es eso lo que he vivido en estos últimos tres años, por eso esa ilustración como imagen de este ensayo. Lo vivido en estos últimos tres años ha sido para mí como un aprendizaje con salto de garrocha. Y no solo lo fue para mí. A raíz de la pandemia, la humanidad ha aprendido mucho sobre sí misma. Cosas que antes parecían imposibles, ante una crisis sanitaria de talla mundial, se hicieron de pronto realidad.
Lo más bonito en mi caso personal es que en estos últimos tres años aprendí mejor que nunca a mirar hacia mi interior, a ver y a amar mis luces y mis sombras, a entenderme como una entidad indivisible de mente, cuerpo y alma. Aprendí a nutrirme sanamente, no solo hablo de los nutrientes que pasan por nuestro estómago, sino sobre todo de los nutrientes que nos llegan a nuestra mente pensante y al “alma” por falta de una mejor palabra para definir a eso adicional que no son nuestros pensamientos ni nuestro cuerpo físico. Aprendí a florecer, a sanar y liberar apegos, aprendí que no hay cosa más hermosa que contribuir de alguna manera con la sociedad, especialmente como retribución por todo lo bueno que nos ha dado la vida, que siempre nos da tanto, aunque a veces ni cuenta nos demos.
¿Y tú, en qué etapa de tu florecimiento estás?
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P.D.1 Créditos de la imagen a quien corresponda. La imagen no es mía ni tengo derechos sobre ella.
P.D. 2 El libro del Dr. David A. Sinclair que menciono se llama «Alarga tu esperanza de vida» y trata sobre cómo la ciencia nos ayuda a controlar, frenar y revertir el proceso de envejecimiento, al que pide sea visto como una enfermedad y no como parte inevitable de la vida.
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