Solemos asociar duelo con el sentimiento profundo de dolor que experimentamos cuando fallece un ser querido. Con ese duelo estamos familiarizados y es socialmente aceptado que las personas que “perdieron” a alguien pasen por días de tristeza, de dolor y desconsuelo.
De lo que no muchos somos conscientes es que hay otras “pérdidas” que nos producen también sensación de duelo. Y pongo “pérdida”, así, entre comillas porque en realidad no perdemos nada ni nadie, porque nada ni nadie nos pertenece. Ya habíamos hablado de eso en un ensayo anterior.
¿Qué “pérdidas” nos producen duelo? La muerte de un ser querido, de una mascota, el término de una relación sentimental o amical, el cambio de trabajo, de ciudad o país, eventos y proyectos que esperábamos con ansias y que por equis razones no se llegaron a concretar. Todo eso nos produce duelo y sería recomendable que tratemos a cada una de esas “pérdidas” como tal. ¿Por qué? Porque cuando no lo hacemos, cuando no nos damos el tiempo consciente de sentir las emociones necesarias para procesar esa transición de término, de cambio, éstas se quedan acumuladas en nosotros y en algún momento salen a flote causando más estragos de los que hubieran sido necesarios si se procesara el duelo de una forma sana y consciente en su debido momento.
Un ejemplo personal. Cuando me dio ese agotamiento total en febrero del 2016 que me sacó de circulación por 4 semanas, descubrí que una de sus causas fue que, al yo dejar mi país, mi ciudad, mi círculo de amistades, mi contexto cultural en 1998, no me había tomado ni medio segundo para hacer un duelo por la “pérdida” de ese contexto. Me vine con mi beca de postgrado a Alemania, tan feliz y dispuesta a triunfar que me hubiera parecido un desperdicio de tiempo (en ese entonces, ahora lo sé mejor) hacer duelo por lo que dejé atrás. 18 años después, mi ser no lo aguantó más y terminé haciendo un duelo mucho más severo del que hubiera sido necesario si me hubiese tomado el tiempo para reflexionar, recordar, honrar y aceptar que estaba dejando todo aquello atrás en su debido momento. Las lágrimas limpian. Es tan saludable llorar. Yo lloré mucho. Lloré por todo lo que no había llorado esos 18 años. Lloré por todo lo que sabía que había dejado atrás sin ser consciente de esa “pérdida”. Una vez trabajado el duelo, se puede recordar con alegría, con una sensación de bienestar, no de tristeza ni de arrepentimiento. Hacer duelo por lo que creemos que hemos perdido es muy sano.
Otro ejemplo. Dejamos la casa en la que vivimos 10 años y nos mudamos a otra ciudad. Muy poca gente se toma el tiempo consciente de agradecer, de despedirse de la casa, de los vecinos, del contexto donde pasaron esos 10 años de sus vidas. Una pena que sea así. Si dejamos el lugar donde vivimos felices y del que tenemos bellos recuerdos, por las razones que sean, familiares, laborales o por preferencias personales, como preferir el campo a la ciudad, lo más recomendable es tomarse el tiempo para hacer duelo, para cerrar ciclos por lo que dejamos atrás. El duelo por cambiar de domicilio o de trabajo es muy necesario.
Desde luego es más fácil despedirse cuando uno se la pasó mal y está agradecido de dejar por fin esa casa, esa ciudad, ese contexto. Y aquí aparece otro tema que tiene poco que ver con el duelo, pero es relevante. Por lo general la gente que está descontenta en un sitio, seguirá estando descontenta en otro. Rara vez depende del sitio, sino de la actitud con que vivimos, donde sea que vivamos. Pero ese será motivo de otro ensayo.
Ahora imaginemos que tenemos un proyecto, un evento. Hemos hecho tantos preparativos, invertido tanto dinero, nos hemos pre-alegrado todo este tiempo trabajando para finalmente poder llevar a cabo ese evento que nos causa tanta ilusión. De pronto y sin ninguna posibilidad de influencia de parte nuestra, motivos de fuerza mayor, por ejemplo, un huracán de grado cuatro, hacen absolutamente imposible que el evento se pueda realizar y por ser un evento de fecha específica, lo más probable es que no pueda ocurrir nunca más. La mayoría de la gente nos diría: qué mala suerte! Que sigamos adelante, que ya habrá otros proyectos. Y eso es verdad. Pueden venir muchos otros proyectos que también nos causen ilusión. Pero ese, ese que acabamos de “perder”, ese que se llevó el huracán, ese al que le habíamos dedicado tanta energía e ilusiones, ese necesita pasar por un proceso de duelo, de despedida. No se trata de maldecir la suerte ni la naturaleza que nada sabe de nuestros proyectos. Se trata de tomarnos el tiempo y sentir el dolor por aquello que esperábamos que suceda y no sucederá más.
Y ojo que hablo de dolor, no de sufrimiento. El dolor por una “pérdida” es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. ¿Y cuál es la diferencia? Recuerdo el ejemplo de Enrique Delgadillo que me gusta mucho. Cuando te dan una bofetada, te duele. Esa mano estampada con fuerza en tu cara causa el dolor que se trasmite por el sistema nervioso a tu cerebro y dura unos instantes, minutos, tal vez, si exageramos, horas. Pero si rumiamos y recordamos y renegamos una y otra vez, ya no estamos sintiendo dolor, nos estamos causando sufrimiento. Ese sentimiento sí es evitable. Sufrir por las cosas, personas, mascotas, proyectos que perdimos es evitable. El dolor es natural y el duelo ayuda a canalizarlo, a procesarlo, nos ayuda a integrar esa “pérdida” en nuestra vida. El sufrimiento por el contrario nos ancla en amargura por falta de aceptación. No hay parámetros de cuánto tiempo debe/puede durar un duelo. Dependerá de cada persona y su habilidad de procesar emociones y transformarlas en crecimiento. Nadie dice que sea fácil, solo que vale la pena intentarlo. ¿Has pasado tú por procesos duelo? Y tú ¿te permites hacer un duelo sano?
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